¿Por qué tenemos miedo escénico?
Cuando nos vemos expuestos ante la atención de otras personas en directo, ya sea presencial o telemáticamente, sentimos nerviosismo inevitablemente. Es normal, forma parte de nuestra naturaleza humana, así que lo mejor que podemos hacer es permitirnos sentirlo, comprender de dónde viene e incluso sacarle provecho. En la siguiente publicación de junio demostraré que el miedo escénico es útil y explicaré cómo superarlo. Por ahora nos centraremos en entenderlo, ya que tomar conciencia de él nos ayudará a sobrellevarlo, de forma que hablar en público no sea un impedimento que nos bloquee crecer a nivel social y profesional.
1) Miedo al rechazo
Para empezar, tenemos que recordarnos que nuestro cerebro no ha evolucionado tan rápido como nuestra cultura, de forma que en nuestro inconsciente todavía se alberga el instinto de supervivencia más primario del reino animal: evitar el peligro. En nuestro caso, esto último fue más fácil de lograr conviviendo en manada, en sociedad, por eso nuestra condición natural nos lleva a no desear quedarnos solos, pues hace miles de años fue lo que evitó nuestra extinción: cazar en grupo, superar obstáculos en equipo...
Eso explica por qué nos preocupa tanto el "qué dirán", por qué nos afecta el rechazo de los demás y por qué nos entristece que nos excluyan. En la búsqueda de esa aceptación y aprobación de un grupo en el que sentirnos integrados, procuramos no fallarle a sus expectativas, para que quieran protegernos en la adversidad. Primera conclusión: no queremos quedarnos solos.
Eso explica por qué nos preocupa tanto el "qué dirán", por qué nos afecta el rechazo de los demás y por qué nos entristece que nos excluyan. En la búsqueda de esa aceptación y aprobación de un grupo en el que sentirnos integrados, procuramos no fallarle a sus expectativas, para que quieran protegernos en la adversidad. Primera conclusión: no queremos quedarnos solos.
2) Miedo al fracaso
Milenios atrás, cuando nuestra especie animal tuvo que lidiar con la muerte cada día, ese instinto primitivo tenía mayor sentido, pero hoy en día nos hace ser esclavos de preocupaciones que apenas están presentes en nuestra vida actual y reaccionamos como cuando éramos presas de otros animales. Cuando huíamos de la muerte por un depredador, al encontrarnos dos caminos, uno corto y difícil y otro largo y fácil, preferíamos el fácil aunque fuese largo, porque podíamos morir si cometíamos un error en el difícil.
Si la subsistencia de nuestra manada depende de nuestra elección, ante el miedo al fracaso y que sea devorada por un león, escogemos lo sencillo, lo que tenemos bien controlado en nuestra zona de confort mental, lo que nos facilita conseguir el reconocimiento de la comunidad. Nuestro fuerte compromiso por no decepcionar a los demás hace que no arriesguemos a equivocarnos. Segunda conclusión: no queremos fallarle al grupo.
Si la subsistencia de nuestra manada depende de nuestra elección, ante el miedo al fracaso y que sea devorada por un león, escogemos lo sencillo, lo que tenemos bien controlado en nuestra zona de confort mental, lo que nos facilita conseguir el reconocimiento de la comunidad. Nuestro fuerte compromiso por no decepcionar a los demás hace que no arriesguemos a equivocarnos. Segunda conclusión: no queremos fallarle al grupo.
3) Miedo a ser diferente
Por otro lado, en la interacción con especies depredadoras del ser humano, la acción más sensata era evitarlas, escondernos de ellas, y ser sigilosos para que no nos avistasen. Posteriormente, con el dominio del fuego, ya no tuvimos riesgo de muerte ante esos depredadores, pero surgen otras amenazas que siguen alimentando el mismo instinto de supervivencia, activando la alerta y queriendo pasar igual de desapercibidos.
Esos nuevos depredadores para la humanidad podrían ser los pensamientos de envidia, adoctrinamiento y orgullo. Eso podría explicar la educación mayoritaria, que históricamente se nos ha dado en la niñez a todas las generaciones, donde las personas que destacan son señaladas, perseguidas y despreciadas. Se nos sugiere que una persona educada es aquella que habla poco, habla bajo, no contesta, no protesta... Es mejor vivir sin llamar la atención, en silencio, igual que cuando teníamos que atravesar la sabana sin despertar a los leones.
Por eso ante una acción que rompe con lo habitual (como hablar en público) el estrés, la ansiedad y las fobias surgen como mecanismos de alarma que, si es necesario, paralizan y frenan la "atrocidad" de ir en contra de nuestra subsistencia y querer ser diferente a la mayoría de nuestros congéneres, aunque este nuevo paradigma ya no suponga un riesgo mortal para nosotros. Tercera conclusión: no queremos llamar la atención.
Esos nuevos depredadores para la humanidad podrían ser los pensamientos de envidia, adoctrinamiento y orgullo. Eso podría explicar la educación mayoritaria, que históricamente se nos ha dado en la niñez a todas las generaciones, donde las personas que destacan son señaladas, perseguidas y despreciadas. Se nos sugiere que una persona educada es aquella que habla poco, habla bajo, no contesta, no protesta... Es mejor vivir sin llamar la atención, en silencio, igual que cuando teníamos que atravesar la sabana sin despertar a los leones.
Por eso ante una acción que rompe con lo habitual (como hablar en público) el estrés, la ansiedad y las fobias surgen como mecanismos de alarma que, si es necesario, paralizan y frenan la "atrocidad" de ir en contra de nuestra subsistencia y querer ser diferente a la mayoría de nuestros congéneres, aunque este nuevo paradigma ya no suponga un riesgo mortal para nosotros. Tercera conclusión: no queremos llamar la atención.
¿Qué hacer entonces?
Cuando hablamos en público se reúnen las tres situaciones que hemos concluido que nuestro inconsciente no desea: estamos solos en el escenario, la audiencia está a nuestra merced e inevitablemente nos prestan atención. Nuestro instinto nos grita "¡no vayas hacia el león!", pero... ¿qué ocurre si ese león no es real sino una réplica perfecta construida con animatrónica? Pues que en un primer momento el susto es igual de impactante, hasta que nuestra parte de cerebro consciente le hace entender al inconsciente que no hay peligro. Eso mismo es lo que hay que hacer ante una exposición en público, saber que es un reto pero no un riesgo, entender que el miedo tiene un sentido pero no debe limitarnos, más aun, puede ser favorable y placentero como la adrenalina. ¿Cómo superarlo entonces? Lo veremos en la siguiente entrada.